Un cuento de Alejandro Jodorowsky
Un discípulo le preguntó a su Maestro: “Usted ha dicho que
los celos son el temor que uno tiene de que los otros le den al ser amado lo
que uno no es capaz de darle… Pero, ¿qué pasa si uno puede darle también lo que
los otros le dan?”
El Maestro contestó: “Como no conoces tus límites, porque rehúyes
trabajar contigo mismo, no aceptas que hay algo que no le puedes dar al ser
amado y crees que eso que le dan tú también podrías dárselo. Sin embargo,
pregúntate por qué va a buscar en otros lo que tú crees tener, si cuanto más
quien te ama preferiría obtener de tu mano que de una ajena. ¡Va lejos porque cerca
no encuentra!… No somos infinitos: debes aprender a conocer tus límites para
después darle al ser amado todo lo que eres. Ni menos ni más.
Menos, sería egoísmo. Más, sería falsedad… Y si ese “todo”
que das no llena al ser amado, debes aceptar con generosidad que tome de otros
lo que tú no puedes darle. Porque amar no es querer encadenar al ser amado.
Amar es querer que este llegue a la mayor realización de sí, aunque tú no
obtengas provecho de ese logro…
El verdadero amor, el amor consciente, no pide: sólo desea
dar. Y agradece al otro la maravilla que es su presencia y su libre
existencia.”
El Maestro entonces le contó al discípulo la fábula de las
dos lagunas:
“Había una vez dos lagunas casi secas. Uno de ellas, a pesar
de su agua escasa, no dejaba que las raíces de los árboles de sus orillas
fueran a beber a un río cercano. Y es así como estaba rodeada de plantas raquíticas…
La otra laguna dejaba que sus árboles estiraran las raíces hacia el río. Así
gozaba viendo árboles frondosos en sus orillas y oyendo el canto de las aves
que anidaban en sus follajes.”
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